Mazatlán, México.- Cuarenta y cinco días de campaña presidencial, la mitad apenas, sin contar la precampaña, ni la pre-precampaña, y los asistentes a los mítines no saben muy bien para qué sirven, si suman votos, si nada más es para conocer a Claudia Sheinbaum, cómo es, para que los mire y les diga que sí, que existen, para que los presente en sociedad o los anime.
“Voy a pasar, plebes”, dice, grita, avisa, la diputada con licencia de Morena en el Congreso de Sinaloa, candidata ahora al federal, Felicita Pompa Robles, camisa guinda con su nombre bordado en el pecho, seguida por fotógrafos, asistentes, suplentes y porristas en la puerta del Salón Milenio de Los Mochis.
Café, galletitas, jamón y queso. Son las 09:00 horas y ya no quedan sillas para los reporteros de la conferencia y los organizadores tienen que pedirles “los candidatos afuera, este tiempo es para medios”. Pocos se mueven, tan sólo una ruidosa tambora allá afuera sobre un remolque que busca dónde acomodarse para recibirla. Van aquí, van allá y los mandan al fondo y allá menos, que se callen.
“Mire, mire, así va la campaña en Sinaloa”, dice Pompa Robles.
Se talla el dorso de las manos, presume su color: “Más, más moreno y entre más moreno mejor”, dice y se acerca al podio, donde la senadora Imelda Castro, candidata a reelegirse sin soltar el mismo cargo, mira la base del mueble.
Hay un banquito de 15 centímetros forrado de tela blanca para que Sheinbaum se pare. “Yo siempre en el Senado digo pónganme un banquito así, y nunca y mira”, dice, comprende.
“Si nos ayudan a iniciar la conferencia, por favor, muchas gracias”, pide Sheinbaum cuando llega, pero es una orden.
Un discurso inicial, nos da mucho gusto, vamos por la transformación, agradezco, saludo. Que ha visitado 90 de 300 distritos electorales. Que en Sinaloa superan 3 a 1. Las preguntas, casi las mismas. Cómo se siente, cómo la inseguridad, cómo el problema del agua, y las respuestas iguales también. Le preguntan sobre la cancelación de casi 40 mil registros de electores mexicanos en el extranjero.
“Es increíble. Nuestra posición siempre ha sido facilitar el voto de las mexicanas y mexicanos en el exterior. Entonces, un llamado al INE para facilitar esta situación”, dice.
López Obrador se quejó hace unos días del primer debate. Toda la narrativa fue que no hay avance con su gobierno, dijo, sin excusar ni a su candidata, que ahora está de acuerdo.
“(Las preguntas) venían orientadas como si no hubiera pasado nada durante el gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador. De hecho, yo en una de las intervenciones dije: ‘no estoy de acuerdo con la orientación de la pregunta´'”, comenta Sheinbaum. Pero que no hubo tiempo para defenderlo más y enviará propuestas de cambios para el segundo debate, el del 28 de abril.
Sheinbaum tuvo este domingo tres mítines masivos, que para eso su partido recibió este año 3 mil 159 millones de pesos, 386 por ciento más que los 649 millones que recibió en 2018, cuando ganó López Obrador, y el triple de todo lo que el INE repartió este año.
Uno aquí, en Los Mochis, junto un ingenio azucarero derruido; otro en una calle cerrada de Culiacán, y el último en Mazatlán, donde últimamente a la tambora la quieren silenciar en restaurantes junto a la playa, por su mucho ruido, que no deja platicar.
Ahí también, en los mítines, la misma promesa de continuidad. La misma pregunta: ¿transformación o corrupción? El mismo examen. “¿Qué más vamos a hacer? Bueno, a ver, eso no lo puse a votación. ¿Quién está de acuerdo? Aprobado”.
Bajo el hirviente sol en Culiacán, entre la gente, dicen Badiraguato once letras gigantes, tierra de “El Chapo” Guzmán y otros capos. Ahí, Jorge Sandoval, tejana, camisa blanca, responde que los mítines son para ver que todo va en orden.
“Hay que aceitar la maquinaria”, comenta, mirándose las botas entre las rejas.
“No que si nada más es para verla, y para votar, eso sí que sólo lo sabe Dios qué va a pasar”, agrega Teresa Ochoa López, una viejita de 70 años que sufre de los ojos y al fragor de la entrada de la candidata la atrapó por el hombro y ella le dio un beso y le dijo “gracias, gracias”.
“Nunca la había visto, hasta ahora, pero la toqué, gracias a Dios, Dios me ayudó y la toqué”.
En el malecón de Mazatlán hay 8 mil, 9 mil asistentes. Viejitos, jóvenes, niñas. Gretel tiene seis años, una gorra con la silueta de la coleta de Sheinbaum, lentes de sol y un cartel que dice “hagamos historia”.
“Más que nada vine para que mi niña la conozca, porque yo desde hace años que decidí mi voto, desde que la conocí que andaba con López Obrador”, dice Milli.
Llegaba apenas la candidata cuando sonaba la tambora. La próxima senadora, Imelda Castro, la sacó a bailar y bailaban zapateado, abrazadas y dando vueltas hasta que Sheinbaum tropezó con el banquito junto al podio y las dos se van al suelo, entre risas y gritos de preocupación.
Desplome, pero al menos no en las encuestas. El atardecer pinta el cielo de violeta y amarillo.
“Pues te diré que Obrador como Presidente no lo vamos a tener jamás, pero ella sigue sus pasos y va a ser, no igual ni mejor, pero va a ser buena Presidenta”, agrega la señora Milli, y Gretel sonríe.