Que los mayas prefirieran ofrendar doncellas vírgenes en sacrificio es una idea que a través de la investigación científica comienza a desmitificarse.
“Mucha gente creyó, normalizó y hasta cierto punto creó la leyenda alrededor de que tenían que ser mujeres vírgenes”, refiere en entrevista remota el arqueogenetista Rodrigo Barquera (Ciudad de México, 1983).
“Yo no sé de dónde sacan la parte de la virginidad, pero la mente colectiva siempre se va a esa referencia”, refrenda el investigador del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (MPI-EVA, por sus siglas en inglés), en Leipzig, Alemania, donde realiza una estancia postdoctoral.
Barquera, académico de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) durante 12 años, es el autor principal de una publicación en Nature que ha dado la vuelta al mundo por revelar que los restos óseos de 64 menores sacrificados, descubiertos en la cueva adyacente a un chultún -depósito subterráneo de agua dulce- en la zona arqueológica de Chichén Itzá, corresponden únicamente a varones.
Esto sólo podía corroborarse por medio del análisis genético de dicho material óseo, de niños de entre 3 y 6 años, pues con la mera observación es imposible determinarlo debido a que “las diferencias que se deben al sexo biológico aún no son evidentes antes de la madurez sexual”, precisa Barquera.
“En cambio, con el ADN ya puedo ver los cromosomas, y exactamente saber cuál es la asignación sexual para cada individuo. Como esto no se había hecho hasta ahora, pues no teníamos idea de cómo estaba distribuido el entierro, si eran del mismo sexo, si eran todos varones, todas mujeres, o mitad y mitad, sin ningún tipo de sesgo. No había forma de saberlo.
“Ahora que ya tenemos el resultado duro y podemos decir: ‘Sí, eran todos varones'”, subraya el especialista. “Y esto, obviamente, cambia toda la interpretación del entierro”.
El hecho de que se trate únicamente de hombres resultó, de inicio, increíble. Y daba respuesta a una de las inquietudes originales de Barquera y la antropóloga física Oana del Castillo, coautora del artículo e investigadora a cargo de la colección de huesos hallados en la primavera de 1967, y conservados desde 1980 en el Centro INAH Yucatán.
Acaso más sorprendente aún fue descubrir, también gracias a la aproximación genómica, no sólo que muchos de los niños inmolados entre los años 800 y 1000 estaban emparentados entre sí en diferentes grados, sino que entre ellos había dos pares de gemelos idénticos. Algo que hasta ahora no había sido reportado ni descrito, y que contribuye a un nuevo entendimiento sobre los rituales religiosos de los antiguos mayas.
Nueve años transcurrieron entre el inicio del papeleo ante el INAH para solicitar el préstamo y llevar a analizar a Alemania este alijo de restos óseos, y la publicación de los resultados de tal estudio.
¿Cómo lo lograron?
A la pregunta sobre por qué no se había hecho un trabajo así antes, Barquera cuenta que hace apenas una década era imposible imaginar que pudiera recuperarse ADN de un contexto como el de Chichén Itzá, y además en las cantidades necesarias para ser estudiado.
El problema de un sitio tropical como la ciudad maya enclavada en la Península de Yucatán es que la preservación del material óseo suele ser muy limitada dadas las condiciones del entorno; “es como si uno tratara de hacer recuperación de una figura de yeso en lodo solidificado”, ilustra el arqueogenetista.
“Es una textura y una preservación mínima; muchas veces ni siquiera puedo recuperar el hueso entero, sino que queda hecho polvo o una masa blanca. Y en esta masa, en este polvo, pues ya no hay nada de ADN, prácticamente, entonces no se puede analizar”, añade.
Lo que favoreció a la preservación de los restos cuyo análisis se reporta en Nature fue el hermético micro-medioambiente, detalla Barquera, de la cueva adyacente al chultún en la que fueron localizados.
Y, por otro lado, esta historia habría sido imposible de descifrar sin los actuales protocolos mucho más sofisticados y sensibles, con sistemas automatizados y distintas químicas de reacción, para recuperar información a partir de cantidades mínimas de ADN.
Así, Barquera explica que lo que hicieron fue cortar por la mitad la porción petrosa del hueso temporal, que es la parte lateral del cráneo donde está asentado el oído interno, para obtener un polvo que se pone en contacto con ácido etilendiaminotetraacético -o EDTA-, un agente que usualmente es utilizado como conservador en la industria alimentaria.
Lo que el EDTA hace es atrapar los iones de calcio y, en consecuencia, descalcificar ése polvo obtenido de las muestras óseas antiguas; “esto hace que el ADN se libere en la solución”, señala Barquera.
Pero dicho ADN aún debe pasar por un proceso de purificación y también de reparación, prosigue el arqueogenetista, pues “a veces está todo fragmentado, a lo mejor algunas secciones ni siquiera están en forma de doble cadena; digamos que se desenrolló, por decirlo de alguna forma, porque pues ha pasado mucho tiempo, se ha degradado”.
Se trata de una labor de mantenimiento por medio de biología molecular para que el ADN esté en condiciones de análisis. Por ejemplo, se utiliza también una enzima que remueve el daño del material genético del centro hacia los extremos, por lo que al momento de estudiarlo se puede prescindir bioinformáticamente de las orillas, expone Barquera.
Una vez reparado y hasta etiquetado molecularmente para evitar duplicaciones y contaminación, es momento de secuenciar ése ADN; “es meter estas muestras en un equipo que nos va a leer base por base cada segmento que está ahí, y nos va a dar la información de la secuencia con la que se hacen todos los análisis posteriores”, detalla el experto.
¿Qué les da la pista del parentesco y los gemelos? ¿Proviene de detectar secuencias genéticas idénticas?
Sí, justamente se hacen análisis en los que uno va comparando secuencias. Yo hago la comparación entre todas las bibliotecas genéticas que tengo, y cuando yo paso de un cierto umbral, un cierto límite de secuencias que son muy similares o idénticas, entonces yo puedo decir: “Uno de dos, o es el mismo individuo muestreado dos veces, o la misma muestra procesada dos veces porque son idénticas, o son gemelos”.
Si cae dentro de un rango (de semejanza) un poquito por debajo, entonces puedo decir que son individuos emparentados en primer grado; un poquito más bajo, emparentados en segundo grado, y así nos podemos ir. Al momento se pueden detectar hasta siete grados de diferencia (en los 64 menores analizados).
Lo siguiente, adelanta el investigador mexicano, es la entrega del informe de resultados de esta primera parte de la investigación, y la renovación de los permisos para continuar con los análisis pendientes, en especial la identificación del origen de cada uno de estos individuos sacrificados.
“Queremos saber si es posible detectar estas ancestrías específicas, decir: ‘Ok, hay algunos que son locales de Chichén Itzá y algunos que vienen de más lejos, algunos que vienen de comunidades cercanas’, y tratar de establecer estas relaciones”, expone Barquera.
[[¡Inmunidad heredadaPor si todo lo anterior no fuera lo suficientemente relevante, otro de los grandes hallazgos de esta investigación es la detección de continuidad genética entre la población maya antigua y la actual, con una herencia de al menos una variante genética asociada a la inmunidad hacia la salmonela.
Se trata de un resultado relacionado con el trabajo previo de Barquera como discípulo del fallecido inmunólogo e inmunogenetista Julio Granados Arriola, y en específico con sus estudios en torno al antígeno leucocitario humano (HLA), un componente importante del sistema inmunitario.
“Yo trabajaba haciendo pruebas para trasplantes y pruebas de paternidad, y después de un cierto tiempo empieza uno a ver patrones. Entre estos patrones había una variante que se llama HLA-DR4, muy frecuente en poblaciones de México. Publicamos en 2008 un primer trabajo sobre esas frecuencias génicas de este sistema HLA”, comparte Barquera.
El investigador egresado de la carrera de Química Farmacéutico Biológica entonces pensó que tal prevalencia podría estar relacionada con la resistencia observada de forma empírica de los mexicanos hacia la salmonela.
“Nosotros podemos comer productos que tienen cierta carga de salmonela, y no enfermar, o si enfermamos no es tan grave como para otras personas de otras partes del mundo.
“Tenemos, por ejemplo, el famoso ‘Paseo de la salmonela’, afuera de Ciudad Universitaria; se han hecho estudios y se han encontrado decenas de cepas distintas de salmonela sólo en esa calle. Ahora creo que ya no, ya han cambiado mucho las cuestiones de sanidad al respecto. Perdió ese encanto, digamos”, bromea Barquera.
Pasados los años, junto con Granados Arriola y el inmunólogo Joaquín Zúñiga, del INER, desde el Laboratorio de Genética Molecular de la ENAH realizaron un trabajo mapeando 78 puntos geográficos de toda la República Mexicana, con el que confirmaron esa prevalencia de la variante HLA-DR4.
“Y ahora que tuvimos la oportunidad de tomar esta pequeña máquina del tiempo molecular y viajar mil años hacia atrás, y ver cómo estaba este alelo en esa población de Chichén Itzá, ahí estaba más o menos en 25 por ciento (de las muestras analizadas). Regresamos al presente, y ahora está 46 por ciento, o sea, casi el doble.
“La gente de ahora que vive en México es resistente a la infección por salmonela gracias a este alelo”, reitera el arqueogenetista, premiado por la Federación Europea de Inmunogenética en 2021 por otro trabajo sobre HLA y Covid-19. “Esto es lo que logramos hacer cuando comparamos la población maya ancestral con la población maya actual de Tixcacaltuyub”.
Barquera y algunos colegas viajaron a dicha población situada a una hora en coche desde Chichén Itzá para compartir sus hallazgos en las escuelas locales y con los participantes en el estudio. Y es que esta comunidad también aportó nuevas inquietudes y pistas a indagar para los investigadores.
“Una de esas preguntas que a nosotros no se nos había ocurrido, por ejemplo, es hasta dónde podemos detectar geográficamente esta señal de continuidad genética de Chichén Itzá con poblaciones mayas. Buscar otras poblaciones un poco más lejanas, y ver hasta dónde podemos encontrar esta continuidad genética en la zona maya o incluso tal vez se extienda un poco más allá, no lo sabemos.
“Pero es una pregunta de investigación que viene de la comunidad, no es nuestra, y obviamente vamos a darle crédito”, subraya Barquera, interesado también en estudiar el intercambio de patógenos luego de la llegada de los europeos a América, e incluso su impacto en el metabolismo de las poblaciones actuales.